54 mensajes nuevos

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Enciendo la televisión. Cambio de canales sin dar apenas tiempo a que el canal se sintonice y vuelvo a apagarla. La enciendo de nuevo, respiro hondo y lentamente consulto la programación en el teletexto. Tertulias, sucesos y programas de testimonios. No es que espere que de un día a otro los canales hayan cambiado su parrilla, pero se ha convertido en rutina, la primera acción de la mañana. Es el primer indicio de que el mundo sigue igual, que nadie me lo ha cambiado.

Luego bebo el café mientras borro correos indeseables de gente que cree que “mantener el contacto” significa mandar chistes malos y bobadas ñoñas que reenvían hasta aborrecer. Sorpresa: Dios no ha comenzado a solucionar el mundo y, de haberlo hecho, desde luego que no ha empezado por Internet. 54 mensajes no leídos. ¿Está seguro de que quiere eliminar 54 mensajes sin leer? Creo que es de lo único que voy a estar segura esta mañana.

Debería ir a tirar curriculums en cadenas de supermercados, restaurantes de comida rápida y otras multinacionales que contratan a gente como yo. Debería ir, pero no voy. Porque para eso tengo a Mateo, aunque ahora esté en casa de su madre.

Desde mi ventana se ve el parque que hay delante. Se ve pero no se oye el griterío, estoy a demasiada altura. Ese parque es todo asfalto y sin hierba; todo lo que puede hacerse un niño es una rascada, así no se clavan las piedras, ni hay bichos. Todo muy urbano, muy seguro, a no ser que caiga de cabeza desde lo alto del tobogán. En ese caso, ya puedes imaginarte una ambulancia e incluso una camilla cubierta con papel de plata.

No recuerdo la infancia como una etapa digna de echarse por televisión capítulo a capítulo todas las tardes. Aunque tampoco podría ir al Diario de Patricia a contar mi desgraciada historia. Mi persona, mi vida, lo que tengo podría reducirse a “normal y corriente”, a “del montón”, a “una entre tantas”. Soy la mediocridad personificada.

Los niños del parque no son felices, aunque sus madres actúan como si lo fuesen. Les hacen carantoñas, a la vez que les inculcan la necesidad de cariño, egoísmo, competitividad. Un parque es el reflejo de la sociedad, de la nuestra y de la que vendrá. A Freud le encantaría este parque. Niños que se pegan, niños que gritan a sus madres, niños que se caen, que lloran, que les roban sus juguetes.

Dicen que los pederastas adoran los parques.

Después de haber tenido contacto con todos los aparatos electrónicos que me comunican con el exterior, doy de comer al perro, que lleva ladrando desde que me levanté. Creo que lleva un par de días sin comer, encerrado en la galería.

No debí haberme comprado un perro. La solución sería llevarlo a casa de mi novio, pero eso significaría que quiero dar un paso en nuestra relación. Paso por mi piso un par de veces por semana, básicamente para ver a Chester y darle de comer. Se podría decir que Mateo y yo vivimos juntos: me mantiene, nos acostamos juntos, comemos juntos, compartimos baño. Pero aún así, yo tengo mi apartamento, y a Chester. Somos seres completamente independientes.

No debería haber comprado a Chester. Lo compré cuando empecé a vivir sola, porque era independiente, no necesitaba nada más que mi pequeño núcleo familiar: Chester y yo. Aunque igual fue por combatir la soledad, como el dormir con Mateo.

No lo quiero o no nos queremos, y sin embargo estamos juntos, aunque cada uno tiene su piso. Somos un lastre el uno para el otro, la olla sin tapa que deberías tirar, el sofá manchado que deberías cambiar. Soy el reflejo de su conformismo, y ninguno de los dos llegamos a los treinta.

Todo esto se lo conté al mejor amigo de Mateo, a David, y acabamos follando en el asiento trasero de su coche. Puedes pensar que debería haber recurrido a una amiga, porque ellas escuchan en lugar de mirarte el escote, pero a mis amigas les pone Mateo. Y ahora sé que yo le ponía al amigo de Mateo. Supongo que no deberíamos pedir consejo a los amigos.

Déjale, me dijo mientras se abrochaba los pantalones. Si no le quieres, dijo, seguro que con él no gritas como lo has hecho conmigo, y rió. Me dejó en casa, y no hemos vuelto a hablar desde entonces. Y yo no he dejado a Mateo porque, aunque no le quiera, no es lo peor que podría tirarme.

Debería estar enviando curriculums. Me pregunto si he querido alguna vez a Mateo, a Chester, mi vida. Enciendo un cigarrillo y miro el parque por la ventana. O si sólo los tengo porque se supone que debería. Los niños juegan a ser niños como los de antes, de los de verdad. Igual debería dejar a Mateo y enviar a Chester a algunas de esas granjas donde se quedan a los perros abandonados.

Enciendo la televisión y cambio de canales. Se ve un edificio en llamas en el telenoticias. Es en la ciudad, a dos calles de aquí. La chica impasible lee el telepronter: 54 muertos, dice, las autoridades están investigando la causa del incendio de un bloque de pisos de la calle Baleares número 4. Mateo estaba allí, haciendo una de esas aburridas visitas obligadas a los familiares. No ha sobrevivido nadie, dice la chica.

Enciendo el ordenador y 8 mensajes nuevos. Pulso “SUPR”, ¿Está segura de que quiere eliminar 8 mensajes sin leer?, lo estoy. Así que ya está, ¿no? Borrado de mi vida, como un mensaje.

Tengo que ir a comprar ropa negra para el entierro. Chester se queda en casa, e igual después llamo a David.


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Imagen: Joan Rabascall. Spain is different

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen texto. No te conocía este registro.
Hay mucha verdad ahí.
Saludos, M.

Anónimo dijo...

Mmmm, abrasivo. La coincidencia de los 54 muertos con los 54 mensajes le da el escalofrío necesario al texto, en estos tiempos de poses y vidas por inercia. Hablamos.

Shandy dijo...

Por qué a veces nos cuesta tanto deshacernos de lo que no nos interesa? Tal vez con los años te vuelves más selectiva y ya no pierdes tanto el tiempo... Lo que más me jode de los correos estúpidos es que quien te los manda piensa que te puedan gustar.
Me gusta el texto y como lo has ido hilando hasta el final. Por el tono pesimista me hizo pensar en Lucía Fraga ( 1979, A Coruña). Te copio un par de textos de su poemario "Nostalgia del acero" ( Libros del Caracol, Follas Novas)

La noche de mi cuerpo

Veo el rostro de mi madre llorando
reflejado en el suelo.
Me he asomado a la ventana
y me he vuelto lluvia que cae sobre la ciudad insomne.
De noche pierdo por completo la noción de mi cuerpo y,
poco a poco,
me incorporo a este paraíso de los idiotas.
La calle tiene un extraño color de gato nocturno
que casi no me deja reconocer mis manos
mezcladas con la niebla.
Estiro los brazos por encima de los laberintos de hormigón
con el mismo vuelo que alzan los días sobre los recuerdos.
El tiempo se despereza en esta noche
que es la noche de mi cuerpo sobre la tierra mojada.
Las aguas dormidas recorren los caminos de plata,
caen a raudales,
inundando ciudades que sueñan.
Paseo dentro de una bola de cristal
que guarda la nieve del invierno olvidado
y pongo nombre a las estancias durmientes
sobre las que pasaré.
Ya no tendré frío nunca más,
aunque la nieve cubra mi cuerpo,
porque vendrá el día cuando mi carne lo pida.
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¿Te apetece subir?
Soy lo suficientemente ingenua como para creer
que las camas son para dormir,
pero también lo bastante zorra como par saber
que no tienes sueño

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